lunes, 8 de junio de 2009

Por fin todo había terminado.

Aún sostenía en su mano el candelabro con el que intento defenderse. Le fue inútil ante un arma tan afilada.

Su rostro aún parecía que quería decir algo, su mirada, estaba completamente apagada.

Entre los dedos de mis pies, se filtraba la sangre, que ahora, invadía gran parte del suelo de parquet.

Saque mi baraja del tarot, y busque el número seis. Los enamorados.

Ahora, entre los dos, había un vínculo más fuerte que el que nunca nos pudimos imaginar. Víctima y verdugo.

Me agache para colocarla en su pecho aún caliente.

-No puede ser – pensé.

Las lágrimas habían comenzado a fluir por mis mejillas sin ser yo consciente. Había dejado mis emociones más primarias olvidadas después de la trifulca.

Un sonoro quejido salió de mi garganta.

Ya me ves, tan frio para unas cosas, y tan poco para otras.

Lo mire fijamente entre lágrima y lágrima.

Con mis manos en su cuello, lo levanté con extraña facilidad. Aún no tenía el rigor mortis.

Abrazado a aquel cadáver tan reciente, sentía como diferentes sensaciones invadían mi cabeza.

Pero debía hacerlo, esta broma había llegado ya muy lejos.

Demasiadas horas sin dormir, demasiados tragos para mi pobre hígado mal trecho.

O él o yo.

No sé si tome la decisión adecuada.

Pero ahora, que el viaje llegaba a su fin, tuve que matarlo.

Lo había creado con toda mi ilusión y esperanza, y se me escapo de las manos.

Entre mil lágrimas, entendí, que mi antiguo YO, no podía seguir viviendo.

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